Conflictos domésticos
Me encuentro trabajando en casa, como siempre entre semana a estas horas. Según la época del año y otras consideraciones como el estado de ánimo, la inspiración y demás intangibles voy desplazando la zona de trabajo de una parte a otra de la casa. Estos últimos días estoy instalado en la cocina.
La mayoría de los días me cuesta mantener la concentración en la tarea durante largos periodos de tiempo y, a veces, cualquier cosa que haya a mi alrededor captura mi atención y me dejo distraer, algo bastante humano por otra parte. Hoy, sin embargo, hay algo más que no me deja tranquilo. Es como que algo no está como estaba antes, hay algo distinto.
Después de hacer un repaso visual rápido por la cocina me doy cuenta de lo que es. Justo en la pared de enfrente, una mosca de la fruta. Creo que me voy a levantar a investigar.
— Perdone.
— …
— Oiga.
— ¿Eh?
— Hola.
— ¿Qué quieres? ¿Quién eres?
— Vivo aquí, soy el dueño de la casa.
— ¿Y qué quieres?
— ¿Qué haces aquí?
— Qué hace usted, haga el favor de no tutearme.
— Por dios. ¿Cómo la tengo que llamar, señora?
— Señora M.
— Vale, señora eme, ¿cómo ha llegado a mi cocina?
— Yo solo sé que estaba en una cebolla, salí un momento a airearme un
poco y cuando volví la cebolla ya no estaba.
— Bueno, tenemos que cocinar.
— Pues ya ve la gracia que me ha hecho.
— También se puede ir cuando quiera, abrimos las ventanas todos los
días.
— ¿Le molesto si me quedo aquí o qué?
— Me da bastante igual, en realidad.
— Me quedo entonces, digo yo que ya llegarán más cebollas.
— También tiene unos plátanos ahí al lado.
— Un plátano no es sitio para vivir.
— Lo que usted diga, me vuelvo a trabajar. Por lo menos no me vaya
poniendo huevos por ahí.
— ¡Yo qué huevos voy a poner!
Alguna gente es desagradable por naturaleza, es lo que hay. Mejor no le digo que su especie vive de dos a tres semanas. Todo pasa.